Mujeres y hombres nos pasamos la vida buscando la felicidad. Creemos que seremos felices cuando nos llegue un ascenso, tengamos la casa de nuestros sueños, llegue la pareja ideal, nuestros hijos crezcan, etc. Y el error está precisamente en eso: poner un plazo a la felicidad. Nos han educado para creer que la felicidad está fuera de nosotros, a pensar que algo o alguien nos dará aquello que necesitamos para acallar la voz interior que dice que algo falta, que algo no está completo. Y podemos comprobar que cuando conseguimos lo que tanto hemos deseado, la felicidad es sólo momentánea, y vuelta a empezar con otra “ilusión”.

A los hombres, hablo siempre en general, se les ha hecho creer que la felicidad está más bien en todo lo relacionado con lo material: un buen puesto de trabajo, un buen sueldo, un buen coche… En el caso de las mujeres, nos han enseñado más bien a poner el foco en todo lo emocional: tener pareja e hijos y que éstos estén sanos y se desarrollen felices, cuidado de los mayores, etc. Lejos de enseñarnos a conseguir nuestra propia plenitud y felicidad nos han hecho responsables de la felicidad de los demás. Para colmo, hoy día también hay que añadir los valores de felicidad masculinos: buen puesto de trabajo, reconocimiento laboral, etc. Se ha creado otro modelo de mujer que además de mantener los estereotipos antiguos sobre la maternidad y la familia, tiene que ser buena profesional, tener éxito, estar delgada, no tener arrugas, y un largo etc. que hacen que nos exijamos cada día más, aumentando nuestra insatisfacción.

Si nuestras antepasadas eran víctimas de los corsés, los trajes que limitaban su movilidad, calzados extraños y otras cosas absurdas, en la actualidad somos víctimas del bótox, pechos perfectos, tacones imposibles, dietas milagro… Todo ello, a veces, con un coste importante para nuestra salud.

Y ahora la gran pregunta: ¿Para qué hacemos todo esto? Para que nos acepten y nos quieran. Las mujeres aún dependemos mucho de la opinión de los demás. Buscamos y buscamos una imagen perfecta con el anhelo íntimo de que alguien nos devuelva una imagen de nosotras mismas lo más aceptable posible.

A través de mi propia trayectoria y de haber visto en mis talleres la problemática profunda de muchas mujeres, detrás de esa búsqueda está siempre una gran falta de autoestima. Da igual la edad que se tenga porque no podemos dar a nuestras hijas lo que nosotras mismas no tenemos.

Si bien en algunos aspectos hemos mejorado nuestra posición social, en lo profundo hemos avanzado muy poco. Los malos tratos aumentan, seguimos teniendo presión para ser madres, no podemos mostrar nuestros verdaderos sentimientos al respecto, sostenemos un modelo de maternidad idealizada basada en el sacrificio y la abnegación y la sociedad nos impone sus propios cánones de belleza.

¿Y qué es lo que podemos hacer? Amarnos a nosotras mismas, pero amarnos con mayúsculas, darnos aquello que no nos dieron y que creemos que nos deben dar los demás. Aceptarnos totalmente, aceptar nuestro cuerpo, nuestras limitaciones, nuestros errores del pasado, aceptar lo que somos. No somos perfectas ni lo vamos a ser nunca. Ama tu imperfección. Si tú no te amas transmites a los demás que no vales y llegarán a tu vida las personas que te reflejarán justo eso, justo para que lo veas.

Cuando una mujer me dice que no se siente querida, valorada o vista, mi pregunta suele ser: ¿Tú te quieres? ¿Te valoras? ¿Te respetas? ¿Sabes cuáles son tus necesidades? Normalmente la respuesta es un no, o un largo silencio…

A través de las Constelaciones Familiares he podido observar cómo las mujeres estamos profundamente unidas al destino de nuestra madre y nuestras ancestras. Solemos sentir que no han sido felices, que no se han realizado, o las juzgamos duramente por lo que no pudieron darnos, sin tener en cuenta que son mujeres limitadas, con sus carencias y sus destinos.

En verdad en el inconsciente familiar femenino pesan muchas cargas, muchos hechos traumáticos que necesitan atención y reconocimiento, pero sólo eso. Sin embargo, inconscientemente somos fieles a sus destinos, creemos que no merecemos más felicidad que ellas y que sólo acompañándolas en su desgracia podemos compensar todo lo vivido. Nada más lejos de la realidad. Ellas fueron mujeres de gran valor, a pesar de sus dificultades nos transmitieron la vida, y nos la transmitieron para vivirla, para ser felices, para que hagamos algo bueno con ella. No hay alegría más grande para ellas, para honrar su memoria, que seamos felices y nos realizarnos.

Para evolucionar esto es lo primero que debemos observar, qué cargas tenemos y cómo afrontarlas. Esas cargas ancestrales hacen que las familias tengan ciertas creencias que nos han sido transmitidas sobre cómo debemos ser y qué debemos hacer.

A todas nos han marcado con determinados patrones dependiendo de las necesidades y las experiencias del clan: “Sé buena” “Sé inteligente” “Forma una familia” “Las mujeres no expresan sus necesidades” “No hagas el ridículo” “Sé fuerte… La lista sería larga.

Es hora de que volvamos a ser nosotras, de recuperar nuestra verdadera fuerza. Esto sólo lo lograremos volviendo la mirada hacia nosotras, reconociendo y cortando los lazos que nos unen a otros destinos, ejercitando la autoestima y reconociendo nuestro valor. El gobierno, la pareja, la sociedad, las instituciones no nos van a devolver lo que nosotras mismas nos negamos.

Mª Milagros Estanislao Quintanilla
Consteladora y Coach Personal

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